Es la primera vez que la ilusión de volver a mi Isla era diferente. Ese vuelo de regreso a casa era para atravesar la despedida de un miembro de nuestra tribu y dolía. Vas, como dicen por ahí, con el corazón en la boca. Al mismo tiempo que la incertidumbre de cómo se encontrará la familia y cómo manejaríamos la perdida de la mejor forma posible me quebraba hasta los huesos. Sabes que no hay palabras de aliento, ni para una madre, ni para un padre, hermanos, ni hijas: solo amor, compasión y oración.
Llegas, lo miras todo con cautela e intentas cuidar tus palabras y ponerte a la disposición. Es todo tan sombrío y triste, al mismo tiempo que el olor a campo y su brisa suave se cruzan entre los abrazos y hacen que se sienta el calor familiar. Como dice el desgastado y viejo refrán: “En la unión está la fuerza”. Y he aquí, una de muchas familias en el 100 X 35 transitando juntos su dolor.
Al llegar a la funeraria y estar frente a su cuerpo frío, que aunque conservaba su hermosura, había perdido el brillo, pude ratificar con claridad que lo único que se llevó fue su esencia y sus vivencias. Punto.
La importancia de todo se reducía a la vida misma: características, ocurrencias, sueños, experiencias, etc. Te percatas mejor de que al llegar al final, no habrá logros, estudios, títulos, carros, casas, cuentas de banco, NADA. La miré y todo más allá de su SER único e irrepetible era irrelevante, solo quedaban sus padres e hijas y el amor.
Y si esta es la realidad de la que nadie se salva, entonces, ¿Cuál es la idea de ajorarnos tanto por pasar los días tratando de alcanzar algo que solo pertenecerá a este Mundo, que no trascenderá? ¿Cuál es la bendita condena de vivir vidas ajenas y de desgastarnos tratando de impresionar o encajar? ¿A quién queremos conquistar sin antes conquistarnos a nosotros mismos?
De qué me vale gastar los minutos que no vuelven jamás, por más que lo intentes, ignorándome a mí misma, silenciando mi voz, reprimiendo mis deseos y tragando hondo por «hacer lo correcto», para no molestar, para no ser la mala o para que no se enfaden.
Acaso no se nos ocurre cuestionar ¿quién define o definió que es lo correcto para mí, para ti, para todos? ¿Qué hay si lo correcto es tan simple como amarnos y amar todo lo que tenemos alrededor en cada momento? Hacer lo que nos nace y vivirlo desde nuestro ser más ancestral, ese que antes era una potente llama y se extingue mientras más me alejo de mi centro, de mi tronco, de la Fuente.
¿Hasta cuándo seguiremos apagados, cabizbajos o altaneros, metiendo en una cueva ese mundo que imaginamos? ¿Qué tal si nos esforzamos por crearlo sin culpas ni remordimiento? ¿Qué es eso que harías o sueñas si no sintieras vergüenza? ¿Cómo se ve, cómo se siente, a qué huele, te hace temblar, te hace sonreír o te asusta? Es increíble como con solo imaginar te puedes transportar y sentir la magia de tu versión más real. Entonces, ¿por qué no comenzar a actuar para hacerla realidad?.
Ah bueno, porque no es tan fácil, obvio. Al igual que ocurre en el otoño, muchas piezas de nosotros tendrían que romperse y caer en pedazos a nuestros pies para convertirse en abono. Y para que nuestras verdaderas raíces crezcan con más fuerzas. Una vez se fortalezca nuestro tronco, amando y aceptando todo lo que somos, logrará florecer y esparcir su sombra a los demás.
La idea es que te fortalezcas tanto de adentro hacia afuera, que cada vez que nos sintamos impacientes, débiles, aturdidos, tristes, incluso inestables, podamos volver a nuestro tronco, a nuestro centro, a nuestra Fuente. Así, conseguimos recargarnos con nuestra propia energía, que nos conoce, que sabe que nuestros valores no son negociables y que eso está bien, que sabe a quién acudir para nutrirse y a quién no, que sabe que pudo antes, que puede y que podrá por encima de las circunstancias.
Solo así, confiaremos en que la vida en sí misma requiere evolución y que como humanos, si queremos sanar tenemos que cuestionarlo, sentirlo y abrazarlo todo. Eso nos ayuda a regresar al camino más robustos y confiados.
#CreoEnTuGrandeza para que no te paralicen las turbulencias y retos de la vida, que podamos extraer como vitamina su enseñanza, que nos gane la curiosidad, la imaginación y la disposición para florecer cada día como personas reales y de paz.